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Artículo #95

Nuevas categorías para las bodegas de vinos

Por Gonzalo Rojas A. ABRIL DEL 2021

Antiguamente, solía existir una clara diferenciación entre las bodegas artesanales y las industriales, vale decir, aquellas que elaboraban vinos a pequeña escala y las que producían grandes volúmenes, generalmente al interior de prestigiadas haciendas coloniales, los que comúnmente eran transportados hacia los grandes centros de consumo, ya fuesen conglomeraciones urbanas residenciales, centros mineros o bien, zonas portuarias de comercio. Esta diferenciación estuvo vigente, en América, por más de tres siglos, hasta que la incorporación de la tecnología y estilo francés, durante mediados del siglo XIX, introdujo nuevas maneras de producir el vino.

Texto destacado

La gran transformación de la vitivinicultura chilena no tendría lugar sino hacia fines del siglo XX, época en que el conjunto mayoritario de la sociedad experimentó los enormes cambios generados a partir de la instauración del modelo económico neoliberal.


Gracias a este fenómeno, contemporáneo a la crisis de la filoxera en Europa, fue visible la emergencia de las denominadas “viñas modernas”, las que hoy en día conocemos como “tradicionales”. De esta forma, entre 1830 y 1890, para el caso de Chile, se fundaron las más importantes bodegas vitivinícolas de los inicios de la Era Republicana, tales como La Rosa, Carmen, Tocornal, Urmeneta, Ochagavía, Cousiño-Macul, Undurraga, Errázuriz, Valdivieso, San Pedro, Santa Rita, Concha y Toro, entre las principales, mayoritariamente asociadas a las nuevas fortunas devenidas de la minería, que favorecieron el despegue de una pequeña cúpula de inmigrantes europeos, encumbrados hacia una plutocracia particularmente dada a la ostentación y el lujo. Vale decir, a las antiguas bodegas coloniales, se sumó esta pléyade de nuevas viñas, adornadas de palacios y jardines, emulando los tiempos de un pasado francés de abolengo.

Sin embargo, la verdadera transformación de la vitivinicultura chilena no tendría lugar sino hacia fines del siglo XX, época en que el conjunto mayoritario de la sociedad experimentó los enormes cambios generados a partir de la instauración del modelo económico neoliberal. De esta manera, hacia fines de la década de los años setentas, bodegas como Miguel Torres, Cánepa y San Pedro, iniciaron un rápido proceso de modernización tecnológica, seguido más tarde por el conjunto de las bodegas tradicionales.

Modernización, industrialización e internacionalización.

Para inicios de la década de 1990, la cantidad de bodegas en el país se había triplicado, número que ha continuado en crecimiento en años posteriores, hasta la actualidad, en que se contabilizan cerca de medio millar de ella. Con alrededor de ciento cuarenta mil hectáreas de viñedos y casi doce mil hectolitros producidos anualmente, Chile se consolida como el séptimo mayor productor vitivinícola del mundo, y el cuarto mayor exportador, sólo detrás de los tres grandes colosos de Europa: Italia, España y Francia. Vale decir, es primer exportador de vinos del Nuevo Mundo.

Una propuesta para establecer nuevas categorías de las bodegas de vinos

En este nuevo contexto: ¿Cómo ha variado el tamaño y organización de las bodegas? Principalmente, la organización de las bodegas vitivinícolas se ha llevado a cabo, por la propia industria, según el tamaño de su producción. De esta manera, existen diversos estilos y categorías, reconocibles por parte de los profesionales de la industria, los que, a grandes rasgos, se podrían clasificar en estas siete categorías:

1. Bodegas ancestrales: Caracterizadas por una pequeña escala y métodos ancestrales de producción, generalmente asociados a la cultura campesina. Su producción suele fluctuar entre los 1.000 y 50.000 litros.

2. Bodegas tradicionales hispanocriollas: Principalmente establecidas en la zona central del país, desde Aconcagua a Bío-Bío, pertenecientes a antiguas haciendas patronales o eclesiásticas de la Era Colonial, con una producción entre los 100.000 y 1.000.000 de litros.

3. Bodegas tradicionales de inspiración francesa: La más característica expresión del denominado “Paradigma vitivinícola francés” en América, en la actualidad la mayor parte de ellas ha pasado a formar parte de sociedades anónimas y consorcios empresariales transnacionales. Su producción generalmente se sitúa por sobre los 50.000.000 de litros.

4. Bodegas modernas industriales: Son aquellas que comparten similares características productivas, volumen de producción y territorio con las bodegas tradicionales, a excepción de la historia y tradición. Nacieron a partir de la década de 1990, en el contexto de la expansión económica del país, como referentes del fenómeno de la modernización, industrialización e internacionalización del vino chileno. Asimismo, su producción generalmente se sitúa por sobre los 50.000.000 de litros.

5. Bodegas modernas industriales de capital extranjero: Similares en casi todos los aspectos que las anteriores, salvo por la naturaleza de su propiedad, la que generalmente obedece a consorcios empresariales extranjeros, cuya filial del Nuevo Mundo produce y opera desde Chile. Su producción suele oscilar entre los 10.000.000 y 50.000.000 de litros.

6. Bodegas modernas de tipo boutique familiar: Bodegas asociadas a un proyecto familiar, normalmente con un horizonte de rentabilidad económica poco ambicioso o bien, inexistente, cuya producción fluctúa entre los 100.000 y 10.000.000 de litros producidos anualmente.

7. Bodegas de garaje: Si bien representan el mayor número de unidades productivas del país, con casi 300 bodegas registradas, combinadas entre sí no llegan a representar el 1% de la producción nacional, con volúmenes de vinificación anual que oscilan entre los 1.000 y los 10.000 litros. Se diferencian de las denominadas aquí como “ancestrales”, por no tener la misma tradición e historia que las caracteriza, en los diversos territorios del país, sino más bien, ser proyectos vitivinícolas vanguardistas e incipientes.

Finalmente, cabe señalar que, en cada una de estas categorías, es posible hallar destacados exponentes de vinos de calidad, singularidad y sentido de origen, en diferentes niveles de precios, estilos de producción y cepajes. Un atributo más del desarrollo que ha experimentado el sector vitivinícola chileno, en sus casi cinco siglos de historia.