Artículo #58

El vino en Tarapacá: Herencia del Virreinato del Perú. Parte II
Tanto la historiografÃa chilena, como peruana, señala a las localidades de Pica y Matilla como los primeros lugares de asentamiento español en Tarapacá, donde comenzó el desarrollo agrÃcola criollo, tras la invasión hispánica. Este fenómeno habrÃa estado impulsado, en un primer momento, por la demanda creciente del cercano yacimiento de plata de Huantajaya. Pocos años más tarde, a fines del siglo XVI, la explotación de yacimientos de plata en la Provincia de PotosÃ, en el Alto Perú, desplazarÃa esta gran demanda de productos agrÃcolas, en especial, el vino. Hacia fines del siglo XVI, la demanda de vinos experimentó un gran crecimiento, de forma que el gobierno virreinal promovió la migración al sur de Arequipa, mediante una Real Orden expedida en octubre de 1591 y dirigida al Virrey GarcÃa Hurtado de Mendoza, señalando que: “Anime a la gente que reside en la tierra sin vecindad propia, tratos ni granjerÃas para que vayan a poblar Charcas y Atacama, pues en ciento ochenta leguas no hay pueblo de españoles y además de aquellas tierras es buena para el cultivo de viñas y las gentes las podrÃa y vivirÃa allà de buena ganaâ€. (Bermúdez, 1986: 18)
Texto destacado
El “Ciclo Argentario†jugó un papel clave en el desarrollo vitivinÃcola de Tarapacá, como asà también ocurrió en los demás dominios hispánicos circundantes a PotosÃ.

Según J.F. Daponte: “De esta manera comienzan los primeros cultivos de viñas en la zona, como dan cuenta los escritos por el Arcediano EcheverrÃa y Morales. Entre 1560 y 1620, paulatinamente la villa de Pica se consolida y estructura como pueblo; las construcciones aumentan y se intensifica la actividad social basada en la economÃa de haciendas y la producción vitivinÃcola. Esta bonanza económica atrajo a los “de pura estirpe española†a asentarse alrededor del entonces declarado por la iglesia, “pueblo de indios†de Pica, donde por una cédula real emitida a mediados del siglo XVIII, no podÃan habitar españoles ni sus esclavos. Haciendo crecer la hacienda de Matilla.†(Daponte, 2006).
Sobre este mismo punto, con especial atención al Lagar de Matilla – hoy Monumento Histórico Nacional- cabe destacar que: “Ensanchando mediante sucesivas adquisiciones de tierras labrantÃas y puquios, las propiedades que su noble esposa poseyó en aquél partido, el dicho Gaspar de Loayza fundó una hacienda de viso, que asà fue de pan llevar como de viña, a la que aplicó el nombre de Matilla en recuerdo de la Dehesa de la UmbrÃa de España y la dotó de casa habitación lujosa y cómoda y de múltiples dependencias, en que vivieron vida cristiana y holgada su descendencia, relaciones dependientes y esclavos, poco a poco al subdividirse la dicha propiedad del fundador y sus herederos, se constituyó alrededor de la casa solariega y de la iglesia mandada a construir por Don Gaspar, un verdadero pueblo; el de San Antonio de Matilla de nuestros dÃas.†(Advis 1994: 35, cit. a Cuneo Vidal 1978: 285)
Desde el siglo XVIII en adelante aparecen los datos cuantitativos de la producción vitivinÃcola de la zona: “Autores como Billingurst, EcheverrÃa y Morales, afirman que la cantidad de botijas producidas al año para el siglo XVIII en toda la zona de Pica fue de 15.000, lo que equivaldrÃa a 350.000 litros de vino aproximadamente y que fue disminuyendo paulatinamente, hasta la primera mitad del siglo XX.†(Dalponte, 2006)
De esta manera, puede sostenerse que el denominado “Ciclo Argentario†(Ciclo histórico asociado a la producción de la plata en América del Sur) jugó un papel clave en el desarrollo vitivinÃcola de Tarapacá, como asà también ocurrió en los demás dominios hispánicos circundantes a PotosÃ.
Tras la independencia de las repúblicas de Perú y Chile, la Región de Tarapacá experimentó un escaso desarrollo material y cultural, manteniéndose casi inalterada su estructura social mestiza, dependiente de la minerÃa, y en menor medida, de la agricultura de subsistencia. En este sentido, se señala: “El reducido número de habitantes en el Iquique colonial puede también entenderse por las continuas epidemias que asolaron Tarapacá en 1717, 1758 y 1804. Este último año la fiebre amarilla causó la muerte de catorce residentes en el puerto, obligando al resto de la población a marcharse. Un informe de 1806 reporta una población de apenas cuarenta personas; tres años después el número de habitantes habÃa subido a cien, distribuidos ya entonces en los dos barrios más representativos de la ciudad: La Puntilla (extranjeros) y El Morro (indÃgenas y mestizos)†(Donoso, 2003)
Sin embargo, tras la incorporación forzosa del territorio tarapaqueño a Chile, con el consiguiente fenómeno de la “chilenizaciónâ€, las condiciones de los habitantes experimentaron grandes transformaciones. La principal de ellas, sin lugar a duda, tuvo lugar producto de la expansión de la economÃa salitrera.
Hacia fines del siglo XIX, el salitre representaba el principal producto minero del paÃs, con un enorme peso en la economÃa chilena. En el centro de dicho fenómeno estuvo la floreciente ciudad de Iquique, antiguo villorrio de pescadores peruanos que rápidamente habÃa pasado a convertirse en una dinámica ciudad, gracias a la producción y exportación de salitre. Sitios monumentales como las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura, ambas reconocidas por la UNESCO como “Patrimonio Cultural de la Humanidadâ€, son el fiel testigo de aquella época, que tuvo sus últimos latidos hacia mediados del siglo XX.