Artículo #229

El vino no se explica, se siente
En un mundo donde las palabras se multiplican sin pausa, el vino nos recuerda que hay experiencias que no necesitan demasiada explicación. Durante décadas, su comunicación estuvo dominada por un lenguaje técnico, preciso y, para muchos, excluyente. Descriptores aromáticos, matices de terroir, datos de añada… todos valiosos, sí, pero no siempre accesibles. Para ciertos consumidores, disfrutar de una copa parecía requerir un diccionario especializado. Sin embargo, el vino no vive únicamente en la copa, sino en el contexto, el estado de ánimo, la memoria y el deseo de quien lo bebe.
Texto destacado
“El vino no se explica: se abre, se comparte y se siente. Más que un objeto de análisis, es un testigo de momentos y emociones, capaz de decir sin palabras lo que ninguna cata exhaustiva alcanza a nombrar.”

Hoy, una nueva generación de sommeliers, comunicadores y productores está tendiendo puentes entre lo técnico y lo emocional. Porque el vino no se rinde solo al análisis: también se deja atravesar. Es, probablemente, la bebida con mayor capacidad de expresar un lugar, un clima y la mano que lo elabora. Un terroir hecho líquido. Pero su verdadero valor surge de cómo nos encuentra: puede ser el protagonista de una celebración, el compañero silencioso de una despedida o la chispa de un reencuentro. No siempre hace falta traducirlo a palabras; a veces basta con sentirlo. Esa dimensión emocional es directa, íntima y democrática: no exige credenciales ni conocimientos previos, solo apertura.

Abrir una botella no es un acto casual. Es un gesto elegido. Antes de que el corcho salga, hay una intención: guardar, compartir, agradecer, celebrar. Ese pequeño ritual abre un espacio distinto, más lento y más humano, donde el vino se convierte en testigo y cómplice. Quizás por eso está presente en tantos momentos significativos, no porque sea solemne, sino porque sabe estar sin imponerse.
Las redes sociales, los proyectos creativos y los contenidos educativos están transformando el vínculo con el vino. Hoy, es posible hablar de él sin fórmulas rígidas ni jergas excluyentes. Se puede informar, educar e inspirar con humor, cercanía y sencillez. En esa línea, la labor de la comunicación se vuelve un acto de cuidado: invitar sin imponer, abrir la puerta a quienes alguna vez creyeron que el vino no era para ellos.
El vino no exige títulos ni pide la palabra exacta. Se transforma cuando se comparte y muchas veces expresa lo que no nos animamos a decir. Quizás por eso, una de las formas más genuinas de comunicarlo sea, simplemente, servirlo y dejar que hable por sí mismo. A veces, la mejor manera de explicar el vino es con una pausa, una copa… y un silencio que invite a sentir.
(*) Sobre la autora:
Marina Di Rocco es Sommelier Profesional graduada en la Escuela Argentina de Vinos y certificada WSET Level 3. Es comunicadora de vinos, gastronomía y viajes, a través de sus diversas plataformas.