Artículo #157

Quod lÃcet rêgis no lÃcet populus
Hace algunos años, en la última gran boda real de Occidente, los reyes de España obsequiaron a los PrÃncipes de Asturias un vino especialmente embotellado para ellos: Bárbara Forés de Terra Alta, cuyo precio ni siquiera se conoce con exactitud, pero los especialistas estiman en, a lo menos, unos seis o siete mil euros cada botella. ¿Cuántos de nosotros estarÃamos, en la actualidad, en condiciones de adquirir y disfrutar una botella de aquellas entre las más cotizadas del mundo? Pensemos en un Chateau Petrus, un Romanée Conti; quizás un generoso Inglenook de Napa o bien un para nada eludible Château Mouton-Rothschild. Posiblemente un Cheval Blanc, un Château d´Yquem o acaso un Château Lafitte o el afamado vino australiano Penfolds Grange Hermitage.
Texto destacado
“Lo que está permitido al rey, no está permitido al puebloâ€.

Lo cierto es que hoy, como ayer, aquellos vinos son prácticamente inalcanzables para el ciudadano común y corriente, cuyos precios abultan varios ceros en dólares, euros o yuanes. Y que, para tristeza de muchos de sus enólogos, gran parte de ellos terminan en alguna enoteca como trofeos del poder adquisitivo y sólo en el mejor de los casos son descorchados, enhorabuena, a tiempo prudente en una mesa principesca en algún rincón del mundo. Mal que mal, digamos que... si tal gloria no es para mÃ, permite señor que para alguien lo sea en la vastedad de tu reino.

Ahora bien, se ha dicho: “hoy, como ayerâ€. Claro, como lo ha sido siempre. Porque en definitiva, desde que el mundo es mundo y que el vino es vino –y unos mejores que otros- el prestigio de los más exquisitos vinos ha elevado su precio hasta hacerlos inalcanzables para las personas comunes, circunscribiendo su consumo a las mesas de reyes y emperadores que han hecho hasta lo imposible por tenerlos entre sus deleites. Como pasarÃa con cualquier artÃculo de lujo, finalmente, su precio estriba en lo inaccesible, en su condición exclusiva, casi esquiva, rozando en muchos casos la perfección de lo quimérico y fugaz. Entonces, ¿Qué habrá tenido la copa victoriosa de Agamenón tras la conquista de Troya? ¿Cómo habrá sido el vino que mandó traer el mismÃsimo Alejandro Magno el dÃa que venció en Persépolis? ¿Los vinos predilectos de Julio César, de Adriano, de Marco Aurelio? En sÃntesis, ¿cuáles han sido por excelencia, los vinos de reyes?
Vinos en la Historia
Cuando el arqueólogo Howar Carter encontró la tumba del faraón egipcio Tutankamón en el Valle de Los Reyes, en 1922, entre otras cosas, halló restos de vino en las seculares ánforas que acompañaban el descanso del joven dios-emperador. Restos del brebaje de Osiris que tendrÃan, a lo menos, unos 3.300 años y que serÃan el mudo testigo de la presencia del vino en el Antiguo Egipto.
Un poco más sabemos de los vinos de Mesopotamia, época en que parecieran ser especialmente afamados los traÃdos desde los montes Zagros (en la actual frontera entre TurquÃa e Irak) cercanos a la cumbre del Monte del Ararat, donde la mitologÃa hebrea situaba el desembarco de Noé, un humilde y piadoso viticultor de la antigüedad. En la más antigua de las épicas literarias conocida como “La epopeya de Gilgameshâ€, este mÃtico rey sumerio es el que recibe de la diosa Siduri la sabidurÃa de “abandonar la búsqueda de la inmortalidad, porque los dioses crueles decretaron que todos los seres humanos deben morirâ€, al tiempo que le aconsejó regresar a su hogar y disfrutar de las cosas buenas de la vida: “bañarse y vestirse, comer y beber vino, jugar con sus hijos, hacer el amor a su esposa, y hacer cada dÃa una fiestaâ€. La misma diosa habrÃa entregado a Uta-Napishtim, el antecedente literario del Noé hebreo, el “vino rojo, aceite y vino blanco para los trabajadores [para beber], como si fuera agua del rÃo, Para que celebrasen como en el DÃa del Año Nuevoâ€. Sabias enseñanzas que más tarde serÃan recogidas por los filósofos estoicos de Grecia que solÃan brindar: “Por el comer, beber y ser feliz, que mañana moriremosâ€. El dÃa que Alejandro Magno venció en Persépolis habrÃa mandado traer el vino de Shiraz, en Persia, para honrar a sus tropas y brindar por la ciudad capital de su inabarcable imperio.
Célebres fueron en la Antigüedad TardÃa los vinos de Samos, Tasos, Lesbos y Rodas, y en especial los de la Isla de QuÃos, denominada simpáticamente por algunos historiadores como el “Burdeos de la Antigüedadâ€, lugar desde donde provenÃan los más apetecidos vinos bebidos en la Grecia Clásica de Pericles, en que filósofos como Sócrates, Platón o Aristóteles brindaban de camino a la Acrópolis.
En tiempos romanos, fueron igualmente célebres los viñedos de Lusitania, de Hispania y por supuesto, los vinos fenicio-cartagineses. Se dice que Julio César serÃa uno de los padres de los vinos Galos, con quienes procuró apagar su sed poco antes de morir. Adriano recuerda con nostalgia en sus memorias los “vinos resinosos y el pan de sésamo de Grecia†y emperadores desquiciados y luciferinos como CalÃgula o Nerón solÃan ser amantes de los vinos de Samos y Delos.
La Historia Universal está regada con vino. La Francia Merovingia de Clovis, la España Visigótica de Recaredo, primer rey Católico de la Cristiandad y ya en el apogeo de la Alta Edad Media conocemos la pasión que despertaban los vinos de la Borgoña en el emperador Carlomagno, quién además de desvivirse por la unificación de Europa, demostró gran preocupación por la vitivinicultura, estableciendo denominaciones de origen hacia el siglo IX tanto en Francia como en Germania e inclusive imponiendo el uso de las barricas de roble en las abadÃas y monasterios. Bajo su mandato el imperio franco abarcaba desde la Ile de France hasta Sajonia por el norte, Toscana y Austria por el sur y el este. En su honor, recogiendo su gusto por los blancos, hoy hallamos el Corton-Charlemagne y distintas zonas de Europa que, como Johannisberg y Pfersigberg en Alsacia, Anjou y la denominación Cornas, del Côtes-du-Rhône honran la memoria de su fundador.



Vino de reyes y rey de todos los vinos
Pero en la historia de vinos y reyes sin duda que hay una celebridad insuperable: El Tokaj o Tokay, “vino de reyes y rey de todos los vinos†como fue aclamado en las cortes de Versalles en los tiempos de LuÃs XIV. De orÃgenes diversos e inciertos, con un halo de misticismo que pareciera impregnarlo todo, esta auténtica reliquia viva de la viticultura europea, que, si bien es prácticamente desconocida en nuestro paÃs, ha sido nada menos que uno de los manjares más apetecidos del Viejo Mundo desde hace siglos.
Posiblemente el origen de la leyenda que acompaña al Tokay por el mundo está Ãntimamente relacionada con la forma misma en que se produce. En efecto, este tipo de vino dulce es el primero del que se tiene noticia elaborado a partir de uvas atacadas por la “podredumbre noble†o botritis cinerea, base con la cual se produce también nuestro conocido late harvest. Dos siglos antes que en Francia se descubriera este método con el cual se producen los vinos de Sauternes, y mucho antes que en Austria y Alemania se comenzase a producir los vinos de trockenbeerauslese o bien que en España y Portugal se hicieran famosos los vinos de Jerez y Oporto, en la región húngara de Tokay ya se utilizaba este singular método.
Fue también el emperador Carlos V, aquél en cuyos dominios “El Sol jamás proyecta su sombraâ€, quién se hizo famoso no sólo por su afición a los vinos húngaros y las cervezas de Flandes, sino además por su gran celo ante la pureza de los vinos de España. Entre su voluminoso epistolario encontramos la “Ordenanza contra que se aderezase el vino con yeso ni otra cosa†y la “Carta de C. V al Corregidor y Juez de Ãvila, sobre adobar los vinosâ€, célebres misivas del siglo XVI aún hoy reacordadadas en Alicante y Aragón. Ya varias décadas antes, Fernando el Católico, padre de Carlos V, en 1510 habÃa proscrito la distribución en Alicante de vinos procedentes de otras tierras, cuidando la pureza de sus vinos predilectos. Su nieto Felipe II en 1596 confirma aquél privilegio escribiendo: “La Collita de Visia la Mes principal de la qual se sustenta molta gent aixà principal com plebeyosâ€(sic). Vinos que hacia el siglo XVII se exportaban a las mesas reales de Inglaterra, Escocia y Flandes.
A propósito del rey Sol de Francia, el duque de Saint Simón, cuenta en sus memorias que cuando Luis XIV estaba a las puertas de la muerte, consumido por la gangrena, el único alimento que admitÃa era “bizcochos mojados en vino de Alicanteâ€, remedio similar al que utilizarÃa Felipe V para apaciguar los dolores provocados por la gota.
También en España, celebres son los vinos de Nájera (La Rioja, Navarra) parada obligada de los peregrinos de Santiago desde el año 1020, cuando el rey Sancho III tomó la decisión de habilitar el camino a Santiago de Compostela, donde cada año apagaba su sed en el descanso hacia el monasterio de Santa MarÃa la Real.
Pero hemos hablado mucho de reyes y muy poco de reinas. Aquà la primera figura femenina que aparece es la de Nicole Barbe PonsardÃn, la famosa viuda de Cliquot, mujer noble –aunque no reina- que a la muerte de su marido construyó uno de los más grandes imperios vitivinÃcolas de Francia. Se dice que habrÃa introducido mejoras al método champenoise utilizado por Pierre Perignon, ideando el degüelle como solución para retirar los restos fermentativos que permanecÃan en la botella, procedimiento utilizado aún en la actualidad. Entre las denominadas “viudas de Champagne†encontramos además a Jeanne Alexandrine Pommery, promotora del consumo de los champagnes brut, a Mathilde Perrier (de Laurent-Perrier), Elisabeth Salmon (de Billecart-Salmon) y por supuesto, a Elisabeth Bollinger. Curiosamente todas ellas viudas, de Champagne, famosas viticulturas que crearon verdaderas obsesiones para los reyes de Francia como Luis XV, quién en 1745 habrÃa ofrecido un fastuoso banquete para “honrar al espumoso de Champagneâ€.
En la historia de Francia en general y de Champagne, en particular, encontramos en distintas épocas numerosas referencias al vino y a sus reyes. Entre los siglos XII y XIII, MarÃa de Valois y Leonor de Aquitania hicieron célebres los vinos del sur del reino. Tras la paz de 1284, cuando Juana de Navarra y Champagne casó con Felipe, futuro rey de Francia, quién fue coronado en 1314 con el nombre de Luis X, Champagne pasó a formar parte definitivamente de la corona francesa y de la mano del gobierno local de. Herbert de Vermandois, primer Conde de Champagne (extravagante noble al que se le cuentan entre sus alocadas excentricidades el haber nombrado Arzobispo de Reims a su hijo de 5 años) la región comenzarÃa a hacerse cada vez más famosa por sus generosos vinos. Un lugar común de la historiografÃa avinada ha rescatado la anécdota de Carlos VI, quién en 1398 habrÃa llevado al emperador Wenceslao de Alemania a firmar la cesión de la provincias del Rhin, quién “borracho, debido a la gran cantidad de vino de Champagne que bebÃa, firmó todo lo que los franceses le pusieron por delanteâ€.
El vino cuenta entre sus más acérrimos seguidores, también a piratas y a corsarios, como Sir Kenelm Digbi, Sir Francis Drake y James Cook. Prácticamente no hubo grandes o pequeños descubridores que no le rindieran pleitesÃa y procuran trasuntar su fama y gloria en la adquisición de los mejores vinos de su tiempo. Desde Cristobal Colón hasta Hiram Bingham y desde los filósofos griegos hasta los modernos racionalistas, el vino siempre ha estado entre las recompensas que les deparó el destino y la gloria. Descartes, Voltaire y Montesquieu morÃan por los vinos de Bordeaux. Los mejores vinos de Francia fueron a parar a los agasajos de los Médicis en la Italia renacentista y entre los más vehementes defensores de los vinos corzos y sardos se cuentan a los reyes de Aragón y los papas Borgia del siglo XVI.
Ciertamente que los mejores y más sobresalientes vinos de cada perÃodo han terminado su existencia en las mesas reales. Han servido para apaciguar conflictos, celebrar la paz o iniciar guerras. Sirvieron en distintas épocas para unir dinastÃas y para envalentonar separaciones – ¿Qué vino habrá tomado Enrique VIII antes de lanzar su anatema contra el Papa, o qué habrá acompañado las tardes de embriaguez de Nicolás II de Rusia mientras verÃa como indefectiblemente su imperio de desmoronaba?-. Seguramente fue un vino dulce de Sauternes el que endulzó el paladar aciago de un Luis XVI camino a la guillotina, o un suave jerez el que sirvió para apaciguar la locura de Juana al ver morir entre sus brazos a su amado Felipe El Hermoso.
Tal como ocurre con cualquier esplendor: vinos que resultan esquivos al común de los mortales. Como reza el viejo adagio romano: Lo que está permitido al rey, no está permitido al pueblo.