Artículo #144

El vino en la Época Colonial
¿Cómo eran los vinos que tomaban nuestros antepasados en el Chile Colonial? ¿Similares a los que conocemos hoy? ¿Radicalmente distintos? Buscamos a traveÌs de los vestigios que auÌn viven en el mundo campesino, en aquel Chile Profundo, donde sobreviven algunos de los vinos de aquellos tiempos.
Texto destacado
“Pasado alguÌn tiempo el vino se pone bueno, seguÌn me lo han asegurado muchas personas y se hace consumo de eÌl conservando siempre dentro el animal. No es de extrañar, pues, que para disimular estos sabores era costumbre condimentar el mosto al momento de la fermentacioÌn con la adicioÌn de caÌscaras de naranja o de limoÌn, pimienta, clavo de olor o maquiâ€. (Claudio Gay)

QuizaÌs hoy en diÌa para algunas personas pueda resultar particularmente confuso el poder distinguir entre los tipos de vinos actuales que se comercializan en Chile. Tintos, blancos, rosados, dulces de tipo Late Harvest, reservas, premiums, varietales hechos con cepas novedosas como el Pinot Noir, el Carignan o el Petit Verdot; vinos espumosos, fortificados, endulzados, mezclados con frutas o bien maderizados mediante el uso de chips de roble. En fin; todo un mundo de posibilidades para elegir seguÌn el gusto y la conveniencia.
En supermercados y tiendas especializadas podemos hoy encontrar vinos hechos a partir de una treintena de cepajes y de todos los precios concebibles. De ensamblajes o bien de terruño, el mercado actual apunta con insistencia hacia la diferenciacioÌn y la entrega de valor agregado en cada producto. ¿CoÌmo habraÌ sido entonces la oferta de brebajes de uva en tiempos de nuestros tatarabuelos, los primeros chilenos que cosecharon uvas para transformarlas en vino?
La introduccioÌn de cepajes viniÌferos en Chile es de larga data. Provenientes desde el PeruÌ y antes desde MeÌxico y España, las primeras vides fueron traÃdas a Chile por orden expresa del conquistador Valdivia, las que habrÃan llegado a la CapitanÃa General a través del puerto de ValparaÃso o Coquimbo, estableciéndose los primeros viñedos en La Serena y Santiago en 1551 y un poco más tarde, en Concepción (1556). Hacia 1554 se cosecharon las primeras uvas de Chile en la chacra de Rodrigo de Quiroga, en la vertiente oriental del Cerro de Santa LucÃa, las cuales habriÌan alcanzado para “dos botijas de vino con destino para la misaâ€, según consigna el acta del Cabildo de Santiago de ese año. (Thayer, 1905)
Sobre este punto, el historiador BenjamÃn Vicuña Mackenna ha escrito: "En los primeros años el vino fue tan escaso, que en 1555 se mandaron a comprar por el cabildo las uvas de los parrones particulares para hacer dos botijas de vino que sirvieran a la celebración de la misa (acuerdo del 9 de marzo de 1555). Poco después, el vino pasó a ser nuestro primer articulo de exportación durante todo el siglo XVI". (Vicuña Mackenna, 1868)

Ya en 1556 existiÌan en este “Reino de Nueva Extremadura†incipientes viñateros, entre los cuales se ha destacado a Francisco de Aguirre, amigo y lugarteniente de Pedro de Valdivia y fundador de la ciudad de La Serena, la segunda maÌs antigua de Chile. En el valle del Maipo, entre 1551 y 1556 florecieron las plantaciones de Rodrigo de Quiroga, Rodrigo de Araya, Diego GarciÌa de CaÌceres, Inés de Suárez y Juan JufreÌ, este uÌltimo, un soldado que acompañoÌ a Valdivia en la Guerra de Arauco y que murioÌ como encomendero en su estancia de Ñuñohue. La produccioÌn de uvas en Chile se consolidoÌ con relativa premura y como hemos tratado en artiÌculos anteriores, el prestigio del vino chileno tiene un origen que se remonta varios siglos atraÌs.
En teÌrminos cualitativos, los vinos chilenos coloniales abarcan un amplio espectro de categoriÌas que dan cuenta de las bondades de los climas templados mediterráneos del valle longitudinal desde CopiapoÌ hasta el BiÌo-BiÌo, de igual forma como evidencian en muchos casos la falta de conocimientos medianamente sofisticados de vinificacioÌn y la despreocupacioÌn en ocasiones casi total por meÌtodos baÌsicos de higiene, los que hoy en diÌa, nos resultariÌan simplemente repugnantes.
En el Chile colonial soliÌan producirse vinos de muchas clases, que distintamente se les nombraba con teÌrminos traiÌdos desde Europa o bien tomados desde lenguas nativas. El arrope, por ejemplo, es quizaÌs el maÌs tiÌpico de los brebajes coloniales.
De origen sefardiÌ, igual que el teÌrmino, soliÌa ser una especie de jarabe de vino, obtenido a partir del cocimiento del mosto de uva en cuyo proceso se evaporaba alrededor de una tercera parte del liÌquido, permitiendo una concentracioÌn de los azuÌcares y determinando una consistencia empalagosa. Conocido tambieÌn como “vino cocidoâ€, era utilizado principalmente como correctivo de mostos en descomposicioÌn y como vino de fiesta, bebido en ocasiones importantes.
El mosto, el maÌs abundante de los vinos de la Colonia y el que maÌs se asemeja a los vinos actuales, era simplemente el zumo fermentado de uvas, principalmente tintas, mediante un proceso bastante artesanal que incluiÌa el pisado de la uva por los pies de los peones y su conservacioÌn en tinajas de greda selladas con cal, lo que dificultaba su sobrevivencia maÌs allaÌ de un par de semanas, por lo que maÌs tarde se iba “arreglando†con arrope o bien se le iba transformando en “vino aliñadoâ€, donde los respectivos aliños eran escogidos seguÌn la temporada y el gusto de los consumidores. No obstante, con el tiempo se fueron identificando supuestos “usos medicinales†atribuidos a ciertas mezclas (similar a lo que hoy conocemos como “vinos salutiÌferosâ€).
Entre los maÌs corrientes estaban los vinos aliñados con eneldo, aniÌs, apio y perejil, utilizados como soporiÌferos, diureÌticos y mejoradores de la digestioÌn de los alimentos. Laurel, ruda y poleo soliÌan ser utilizados en la mezcla con vino cocido para combatir el resfriÌo, las tercianas y los friÌos invernales. TambieÌn como antiÌdotos a las picaduras de culebras y otros reptiles.
Para estreñir el estoÌmago se añadiÌan peras cocidas al vino, o bien podiÌa prepararse un brebaje a partir de un cocido maÌs peÌtalos de rosas, miel y azafraÌn, preparacioÌn cuyo origen se remonta curiosamente a la antigua Grecia, donde este exquisito manjar era preparado para recibir a los visitantes. Los vinos aliñados de uso frecuente eran tambieÌn los mostos mejorados con caÌscaras de naranja o limoÌn, con membrillos maduros o con caquis y chirimoyas. La añadidura de frutas resultaba ser en muchos casos una verdadera necesidad, dados los meÌtodos reñidos con la higiene que soliÌan utilizarse, como incorporar animales muertos o trozos de carne fresca a los mostos para acelerar su fermentacioÌn.
Otro de los vinos coloniales maÌs corrientes, ademaÌs del arrope o cocido, el mosto y los vinos aliñados, era el “vino chacoliÌâ€, cuyo nombre fue tomado del vasco “TxacoliÌnâ€, y que al igual como se hace en Vasconia hasta nuestros diÌas resulta ser un vino producido a partir de uvas verdes, de alta acidez, con sabores descritos como semejantes a ciÌtricos, hierbas y algunas flores. Se serviÌa escanciado y puede suponerse que fue introducido en Chile a finales del siglo XVIII por los inmigrantes vascos que llegaron en gran nuÌmero al Valle Central.



Los vinos dulces tuvieron siempre un lugar de privilegio para los colonos españoles que poblaban este reino, y dos procesos fueron utilizados con frecuencia para obtenerlos: el asoleado, que permitiÌa obtener el “vino asoleado†hecho con uvas pasificadas tras una espera que podiÌa variar entre quince y veinticinco diÌas, de muy baja acidez y gran dulzor, y el meÌtodo de vendimia tardiÌa, similar al utilizado en los vinos de Tokay, Sautern y los conocidos Late Harvest. Entre estos uÌltimos el maÌs afamado era el “vino moscatel del Bio-BiÌoâ€, cultivado entre el Maule y este riÌo-frontera, que regado solo por las lluvias en el secano costero entregaba uvas concentradas en azuÌcares, con rendimientos que podiÌan llegar a ser hasta seis veces menores que los que daban las vides en los valles del Maipo o el Aconcagua.
Este vino moscatel era elaborado con cepas traiÌdas desde Italia durante los primeros siglos de la Conquista, de las que se ha conservado en gran nuÌmero la uva moscatel de AlejandriÌa, cuyo mosto era tambieÌn utilizado para la produccioÌn de aguardientes de uva, ancestros del Pisco.
Entre los vinos, o maÌs bien fermentados de uva de menor categoriÌa, pero muy populares en tiempos de la colonia española en Chile, encontramos a la “chicha de uvaâ€, la conocida laxante de fiestas patrias y el “vino sancochadoâ€. “Chicha†es una palabra amerindia muy antigua, que algunos etno-historiadores han identificado con la cultura azteca, puesto que en el idioma naÌhuatl existe la palabra chichiatl, que significa literalmente "agua fermentada", compuesto por el verbo chicha que podriÌa traducirse como “agriar una bebidaâ€) y el sustantivo utilizado como sufijo –atl, que significa “aguaâ€. Otros la han identificado como una palabra de los Andes Centrales, anterior inclusive a los Incas que, nace de la fermentacioÌn del maiÌz en contacto con la saliva humana en un proceso artesanal que existe hasta nuestros diÌas en paiÌses como Bolivia, PeruÌ y Ecuador y suele corresponderse con el teÌrmino “Chicha taquiâ€.
SeguÌn la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “chicha†deriva de la palabra “chicabâ€, que el lengua Kuna (indiÌgenas de PanamaÌ y Colombia) quiere decir “maiÌzâ€. En Chile, los mapuches acostumbraban hacer chicha de pehueÌn o piñoÌn mediante los mismos meÌtodos, pero ya en tiempos de la Colonia se habiÌa popularizado en las “ramadasâ€, “chinganas†y “fondas†de las ciudades y sus alrededores, especialmente para las fiestas, donde la chicha era fabricada a partir de uvas frescas, como un fermentado de zumo de baja graduacioÌn alcohoÌlica y acidez, muy refrescante, de abundancia y bajo precio.
"(...) Las fondas o chinganas eran los lugares de entretenimiento del bajo pueblo, establecidas en terrenos abiertos o en sitios maÌs o menos privados. AlliÌ se reuniÌan en los diÌas festivos para gozar extraordinariamente, haraganear, comer buñuelos fritos en aceite, y beber diversas clases de licores, especialmente chicha, al son de una muÌsica bastante agradable de arpa, guitarra, tamboriÌn y triaÌngulo, que acompañaban las mujeres con canciones ya amorosas o patrioÌticas. Los muÌsicos se instalaban en carros generalmente techados con caña o paja, y tocaban sus instrumentos para atraer compradores a las mesas cubiertas con tortas, licores, flores, etc., que los parroquianos compraban para su propio consumo o para las mozas a las cuales deseaban agradar" (2).
Finalmente, el uÌltimo de los vinos de usanza colonial que destaca es el “vino sancochadoâ€, una verdadera especie de “reciclado de vinoâ€, que se elaboraba a partir de la chicha sobrante y el arrope o cocido. Eventualmente, soliÌa agregaÌrsele frutas y hierbas que paliaran su gusto deficiente, no obstante en numerosas fuentes coloniales es mencionado como un “amigo†recurrente de fiestas populares del vino.
Si bien existen otros vinos coloniales que la Historia nos ha legado, al menos como referencia documental, los aquiÌ expuestos son los principales. Ya con la llegada de la Independencia y la RepuÌblica, estos vinos o bien, la mayor parte de ellos, fueron paulatinamente cediendo su paso a las formas maÌs modernas de produccioÌn y consumo, que al amparo de Francia y la España de los reyes Borbones fue popularizando en Chile los denominados vinos “tipoâ€, imitaciones folcloÌricas de vinos tradicionales europeos que en nuestro paiÌs adquirieron fama como “tipo sauternâ€, “tipo burdeosâ€, “tipo champaña†o “tipo jerezâ€. O bien los claÌsicos “vinos navegadosâ€, el “borgoñaâ€, los “vinos pipeñosâ€, el “poncheâ€, el “vino jote†(Vino tinto maÌs coca-cola), “vino frescoâ€, el “vino afrutado†(vino blanco corriente maÌs jugo de fruta o sucedaÌneos) y el “terremotoâ€, una especie de pócima azucarada muy popular entre las clases menos educadas del paÃs.
NOTAS:
(1) En Claudio Gay, Agricultura Chilena. EdicioÌn facsimilar de la Historia FiÌsica y PoliÌtica de Chile, introducción, bibliografÃa e iconografÃa de Sergio Villalobos, R., Santiago, ICIRA, 1973, 2 vols. II, 201-202; JoseÌ del Pozo, Historia del vino chileno, Santiago, Editorial Universitaria, 1998. Pp. 198-199.
(2) En FeliuÌ Cruz, Guillermo. Santiago a Comienzos del Siglo XIX. CroÌnica de los Viajeros. Ed. Universitaria. 2008.